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Hoy, mientras compraba un sándwich, vi una noticia en CNN sobre
la actuación de Miley Cyrus el pasado domingo durante los VMA (Video
Music Awards de MTV). Mi primera reacción fue de sorpresa, luego me dio
nauseas y finalmente me llené de tristeza.
Durante el resto del día me pregunté:
¿Qué clase de personas somos?
¿Qué tipo de cultura hemos creado?
¿Qué queremos que nuestros hijos lleguen a ser?
Ya no me lo pregunto más. Esta noche lloro.
Lloro
por la niña que nos dio a Hannah Montana y que se convirtió en un
modelo a seguir para millones de niñas en todo Estados Unidos.
Lloro por la perdición de una niña que no se ve a sí misma dando tumbos en la oscuridad.
Lloro por los canales de noticias que se benefician de la cobertura una joven mujer en un espiral fuera de control.
Lloro por la cultura de American Idol que promete oro y brillo a los niños, para luego masticarlos y escupirlos hacia afuera.
Lloro
por una cultura del entretenimiento que celebra la ruptura de todos los
tabúes sociales y el desprendimiento de toda restricción, para luego
dar la espalda y burlarse de las estrellas que siguen esa corriente.
Lloro por una cultura tabloide que encuentra excitante los chismes de las celebridades y los momentos embarazosos
Lloro por las mujeres esclavizadas por una visión falsa de la liberación sexual.
Lloro por los hombres (me incluyo) que no han podido decir “Ya basta, es suficiente”.
Lloro por todas las veces que he mirado a las mujeres como objetos y no he podido verlas como hermanas e hijas de alguien.
Lloro
por los padres de Miley Cyrus, Katy Perry, Lady Gaga, Madonna, y todos
los miembros de la familia de todas las otras mujeres que sienten que
tienen que sexualizarse a sí mismas para alcanzar el éxito.
Lloro
por mi niña de cinco años de edad, que da vueltas alrededor de la casa
como una princesa y me abraza fuerte en la noche, cuando pienso en el
mundo que está creciendo y al que la voy a enviar.
Lloro por el mundo descalabrado y el caos en el que vivimos.
Pero entonces lloro por el poder de la gracia.
Ahí
está Jesús, levantando la cabeza de una mujer de la noche y enviándola a
la luz. Ahí está Jesús entre la multitud, sanando una mujer que trataba
desesperadamente de cubrir su vergüenza. Ahí está Jesús en el pozo,
transformando a una mujer que había sido desechada por varios hombres.
Llorar ya no es suficiente. Ahora, yo oro.
Original de Trevin Max en The Gospel Coalition
http://thegospelcoalition.org/blogs/trevinwax/2013/08/26/i-weep-for-miley/